jueves, 9 de octubre de 2014

"Estados Unidos y América Latina: los dilemas del siglo XXI"



 
segunda época - N. 17
octubre 2014









Leandro Morgenfeld*





En las últimas dos décadas, las Cumbres de las Américas fueron un termómetro de las relaciones interamericanas. Si en los años noventa la Casa Blanca pudo moldearlas según su interés, para desplegar el ambicioso proyecto del ALCA, las últimas tres cumbres (2005, 2009 y 2012) mostraron que Washington ya no puede comandar como antes. Fracasó en la creación de un área de libre comercio continental, en sus políticas de guerra contra las drogas, en su agresión contra Cuba y en los múltiples intentos por derrotar o debilitar al eje bolivariano. Esto obligó a Washington a redoblar sus esfuerzos en la región, adaptando las tácticas.
            “La doctrina Monroe ha terminado”, sostuvo el Secretario de Estado John Kerry el 18 de noviembre de 2013, ante embajadores del continente en la sede de la OEA. Y Agregó: “La relación que buscamos… no es una declaración de EU de cuándo y cómo intervendrá en los asuntos de estados americanos, es sobre todos los estados viéndonos como iguales, compartiendo responsabilidad y cooperando en asuntos de seguridad”[1]. Fue un claro intento por retomar la iniciativa que ensayó Obama en la Cumbre de Trinidad y Tobago, y por morigerar los efectos negativos que tuvieron las recientes declaraciones de Kerry (el 17 de abril de 2013, ante el Comité de Relaciones Exteriores de la Cámara de Representantes, se refirió ofensivamente a la región como el patio trasero estadounidense) y el espionaje masivo de su gobierno contra líderes regionales (que llevó a varios mandatarios a participar en la Cumbre de Cochabamba para respaldar a Evo Morales y a Dilma Rousseff a cancelar su visita de Estado a Washington y a comprar aviones de guerra noruegos, en vez de los estadounidenses). Frente a una América Latina que avanza -aunque con dificultades- en la construcción de una integración alternativa -en enero de 2014 se concretó la segunda cumbre presidencial de la CELAC, que trató incluso el tema de la independencia de Puerto Rico- y frente a la creciente presencia de China y otros actores extra hemisféricos -la Unión Europea relanzó en 2013 las conversaciones informales para establecer un TLC con el Mercosur-, Washington intenta reposicionarse en una región estratégica.
            El balance de las relaciones de Estados Unidos con América Latina, durante el primer mandato de Obama, deja mucho que desear. En diciembre de 2012, a poco de asumir su segundo mandato, Obama se refirió a las relaciones interamericanas. Lo hizo en el marco de un cuestionario planteado por grandes multimedios de la región (Grupo de Diarios América)[2]. Repasando su primer mandato, señaló que el vínculo con el resto del continente era más sólido que nunca y destacó lo que consideró sus progresos: más comercio e inversiones, firmeza en la lucha contra los carteles del narcotráfico y las bandas criminales, promoción de la energía limpia, mayor transparencia en el envío de remesas desde Estados Unidos por parte de los trabajadores latinos, nuevas alianzas continentales, impulso a la gobernabilidad democrática y promoción de los derechos humanos universales.
            En cuanto a las proyecciones para su segundo mandato, indicó que había que seguir profundizando el libre comercio y la radicación de inversiones, promover la competitividad en la economía global (a través de la Alianza Transpacífica) y el uso de energía limpia. Además, señaló que es necesario promover el turismo, incrementar los intercambios estudiantiles e intensificar el combate a la pobreza y la desigualdad. Sobre el tema seguridad, señaló que había que seguir trabajando en conjunto, tomando como ejemplos México y Colombia, para brindar mayor seguridad a los ciudadanos. Asimismo, prometió que impulsaría un acuerdo entre demócratas y republicanos para reformar el sistema de inmigración, dando mayor cobertura a los millones de “ilegales”. E insistió con erigirse en defensor de la libertad y el respeto a los derechos humanos en la región, en un tiro por elevación contra Castro, Chávez, Morales y Correa: “Tenemos que continuar defendiendo el derecho de los ciudadanos de expresarse libremente, de vivir en sociedades que tengan una prensa libre y legislaturas y sistemas judiciales sólidos e independientes, y de escoger a sus propios líderes mediante elecciones libres y justas”.
            Más allá de las expresiones de Obama, el balance de sus cuatro primeros años de gestión en relación con América Latina no puede ser más decepcionante para quienes esperaban un giro radical respecto a su antecesor, el guerrerista Bush. Durante los primeros cuatro años del primer presidente afroamericano, se produjo el golpe de Estado en Honduras (contra un presidente que integraba el ALBA), desestabilizaciones en Venezuela, que no lograron derrotar electoralmente a Chávez, creciente militarización en la región, con nuevas bases, profundización de la fracasada lucha contra el narcotráfico, persistencia del embargo contra Cuba y de la cárcel ilegal en la Base de Guantánamo, continuidad de los mecanismos proteccionistas no arancelarios que afectan las exportaciones de bienes agropecuarios latinoamericanos, e intervención en los asuntos internos de los países de la región que plantean políticas distintas a las neoliberales impulsadas por los organismos financieros internacionales. La decepción de la mayor parte de los gobiernos de la región se expresó en Cartagena. En la última Cumbre de las Américas, en los temas principales, Washington quedó en soledad, secundado apenas por Canadá.
            La estrategia de Obama será afianzar la Alianza del Pacífico, un resabio del ALCA en el que se impulsan políticas neoliberales, junto a los gobiernos de México, Colombia y Chile. El objetivo será intentar debilitar el eje bolivariano. En ese mismo sentido, no habrá que esperar demasiados cambios en relación a la política hacia Cuba. La estrategia será intentar debilitar los proyectos de integración latinoamericanos (en torno al ALBA, la UNASUR y la CELAC) y morigerar el avance económico chino, a través de la promoción del libre comercio de bienes y servicios (no así de productos agropecuarios) y el impulso a la radicación de capitales estadounidenses en la región, con mayores facilidades y menos regulación de los Estados.
            Tampoco hay voluntad de reconocer el fracaso en la lucha contra el narcotráfico impulsada por Washington desde los años setenta (el caso más drámatico es el de México, con 70.000 muertes violentas en los últimos seis años). Más aún, Obama puso como ejemplo al país azteca: “En cuanto a la seguridad, estamos comprometidos a fortalecer nuestra cooperación contra los carteles de drogas y las bandas criminales que nos amenazan a todos. Por eso estamos estableciendo una alianza con México para la Iniciativa de Mérida, así como con los países de América Central y el Caribe para colaborar entre todos para hacerle frente al tráfico de drogas y fortalecer el Estado de Derecho. También estamos colaborando con Colombia según ésta comparte su experiencia en combatir las amenazas a la seguridad con otros países en las Américas”[3]. ¿Por qué esta ceguera frente a datos contundentes? Porque la lucha contra el narcotráfico es la principal excusa para ampliar la intervención militar en los países de la región. Así, incluso con una retórica a favor del diálogo y la diplomacia, en los últimos cuatro años las bases militares de Estados Unidos en América Latina no hicieron sino incrementarse. Como señala Telma Luzzani, “la nueva estrategia para el siglo XXI -conocida ya como la 'doctrina Obama'-, cuya síntesis se dio a conocer el 3 de enero de 2012, advierte que para América latina se buscará 'mantener la presencia con formas innovadoras' a través de relaciones clave entre las FF.AA., 'ejercicios militares conjuntos, presencia de un número reducido de tropas en forma rotativa y asesoramiento en capacitación”[4]. Las siete bases militares en Colombia, el Centro de Operaciones y Almacenamiento en el Chaco, Argentina (que debió ser desmantelado ante las denuencias y críticas de organizaciones populares), y la base del Comando Sur en Concón, Chile, son parte de este entramado del intervencionismo del siglo XXI.
            Pese a las ilusiones de algunos, Obama no trajo cambios en la relación con América Latina. El consenso bipartidista en la política hacia el patio trasero se mantuvo intacto.  Desde el inicio de su segundo turno como presidente, Obama muestra claras señales del interés de la Casa Blanca por reposicionarse en la región[5]. A partir de la muerte de Chávez, en marzo de 2013, Washington intensificó su estrategia de recapturar un área que históricamente estuvo bajo su influencia, impulsando las relaciones comerciales y financieras con sus vecinos del sur (terreno en el que viene perdiendo posiciones frente al intercambio intra-regional y a la demanda de otros polos extra-continentales, como China). También busca retomar la iniciativa diplomática y debilitar todo lo posible a sus desafiantes regionales, especialmente el bloque de países del ALBA, con Venezuela a la cabeza. La desaparición del líder bolivariano y principal impulsor de la integración anti-estadounidense fue entendida por el gobierno estadounidense como una gran oportunidad.
            En los tres meses siguientes al fallecimiento de Chávez, se aceleraron los tiempos del complejo ajedrez regional. Washington movió vertiginosamente infinidad de piezas: gira de Obama por México y Costa Rica, nueva promesa del cierre de la cárcel de Guantánamo, visita estratégica del vicepresidente Biden (quien es un precandidato a presidente y quiere captar el crecientemente influyente voto latino) a Colombia, Trinidad y Tobago y Brasil, recepción de los mandatarios de Chile y Perú en la Casa Blanca, inminente visita de Kerry a Guatemala, invitación a Dilma Rousseff para una visita de Estado a Washington (única mandataria con ese privilegio), apoyo a la Alianza del Pacífico -los principales aliados de Washington impulsan esta integración, de matriz neoliberal y afín a la Asociación Transpacífica-, desestabilización en Venezuela a partir de no reconocer el triunfo electoral de Nicolás Maduro (aunque Kerry se reunió en la primera semana de junio con su par venezolano, lo cual implicó un giro luego de 3 años de ostracismo en las relaciones bilaterales), impulso al gobierno de Santos para proponer el ingreso de Colombia en la OTAN y recibir al líder opositor venezolano Capriles.
            En pocas semanas, la diplomacia de Washington actuó intensamente para intentar reordenar el patio trasero, luego de una década signada por las turbulencias que supusieron las rebeliones populares, el surgimiento de movimientos anti-imperialistas y la creación de instancias de integración que apuntan a recuperar como horizonte la autonomía, o al menos una inserción internacional de carácter multilateral. Desde el fin de la guerra fría, nunca habían los países latinoamericanos desafiado tan abiertamente la agenda de Washington. Para el Departamento de Estado, contrariado por este inédito desafío regional, ya es hora de volver a poner las cosas en su lugar”.
            Históricamente las políticas de Washington hacia el sur del continente, desde que abandonaron las invasiones abiertas con marines en pos de la buena vecindad, se nutrieron de dos componentes: zanahorias y garrotes. Promesas de ayuda financiera, concesiones comerciales, inversiones e intercambios académicos convivieron históricamente con amenazas, desestabilizaciones, sanciones económicas y apoyos a militares golpistas. Así, para conseguir aprobar el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca en 1947, se prometió una suerte de Plan Marshall para América Latina. Para lograr los votos que permitieran expulsar a Cuba de la OEA, se lanzó la Alianza para el Progreso.
            En esa línea, hoy conviven los ofrecimientos -acuerdos de libre comercio, inversiones, asistencia financiera-, que funcionan como espejitos de colores para los gobiernos neoliberales de la región, con las amenazas para quienes confronten con los intereses de Washington: red de bases militares de nuevo tipo, desestabilización de los gobiernos bolivarianos, espionaje contra presidentes latinoamericanos, presión a través de las grandes corporaciones de prensa, financiamiento a grupos opositores a través de ONGs, quita de beneficios comerciales.
            Los movimientos sociales y las fuerzas políticas populares de la región están advirtiendo esta nueva ofensiva imperialista, que aprovecha las debilidades del bloque bolivariano para reintroducir la agenda neoliberal. Retomar la integración desde abajo, aquella que hace casi una década logró derrotar el ALCA, parece uno de los caminos que están privilegiando para resistir este nuevo embate. En esa línea, es hora de restar importancia a las Cumbres de las Américas, planteadas originalmente por Washington para erigir el ALCA, y avanzar en cambio en la integración autónoma, fuera del mandato de Estados Unidos, y con una agenda propia, como se planteó en el ámbito de la CELAC en la cumbre de La Habana de enero de 2014.
            La histórica estrategia de fragmentar la unidad latinoamericana, aún vigente, enfrenta serios desafíos. El ALBA, la UNASUR y la CELAC son una manifestación de la menguante hegemonía estadounidense. Superar la concepción del realismo periférico, renuente a confrontar con la principal potencia por los costos económicos que supuestamente acarrearía, es el desafío principal de los países de la región. Es hora de concebir otro tipo de integración, inspirada en los ideales bolivarianos, pero pensada como estrategia de real autonomía e independencia, en el camino hacia la construcción de otro orden económico-social a nivel mundial. 



* Docente UBA. Investigador del IDEHESI-CONICET. Contacto: leandromorgenfeld@hotmail.com / vecinosenconflicto.blogspot.com
[1] CNN en español, 18 de noviembre de 2013. En <http://cnnespanol.cnn.com/2013/11/18/la-era-de-la-doctrina-monroe-ha-terminado-asegura-john-kerry/>
[2] La Nación 2012 (Buenos Aires), 23 de diciembre.
[3] Ibídem.
[4] Luzzani, Telma 2012 Territorios vigilados. Cómo opera la red de bases militares norteamericanas en Sudamérica (Buenos Aires: Debate). 
[5] Pese a que algunos insisten con la poca relevancia de América Latina para Washington, los datos demuestran que, tanto desde el punto económico como geopolítico, para Estados Unidos es fundamental mantenerse como la potencia hegemónica en la región: En síntesis, Estados Unidos no ha sido pasivo ni irrelevante en materia de relaciones interamericanas, ya sea en lo económico, en lo político, en lo asistencial y en lo militar. Nunca se “fue” de la región: está ahí. La doctrina Monroe perdió vigencia, pero eso no significa que Estados Unidos se haya retirado de América Latina Tokatlian, Juan Gabriel 2013 Bye bye Monroe, hello Troilo, El País (Madrid), 23 de noviembre. Para una crítica contundente a la idea de la irrelevancia de América Latina, véase Borón, Atilio 2014 “CELAC, cita en La Habana”, en Rebelión. En <http://www.rebelion.org/noticia.php?id=179971>.. Una visión más condescendiente con las palabras de Kerry sobre el fin de la doctrina Monroe puede encontrase en Armony, Ariel 2014 'La era de la doctrina Monroe ha terminado': El discurso que ignoramos en 2013, El País (Madrid), 11 de enero.

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